Monday, November 20, 2006

¿Acaso no hay nada nuevo, viejo?

Si es que existe un Dios –y peor: si, como se suele decir, a ese Dios le gusta jugar a ser argentino–, lo seguro es que le importa poco la literatura local. El miércoles pasado el nutrido calendario 2006 de lecturas, charlas, debates y conferencias sumó una nueva cita: la editorial Interzona organizó, bajo el título "¿Qué hay de nuevo, viejo?", un encuentro en el MALBA en el que Rodolfo Fogwill, Daniel Link, Martín Kohan y Sebastián Hernaiz, coordinados por Damián Tabarovsky, intentarían reflexionar sobre las nuevas producciones del campo literario argentino. Una hora antes del encuentro, la furia meteorológica de Dios se abatió sobre la Ciudad poniendo en riesgo si no la realización del encuentro al menos la asistencia de público. Pero por alguna razón –tal vez por la potencialidad de tensiones y fogonazos que el evento prometía–, a pesar de los nervios de los organizadores, minutos después el auditorio del museo estaba casi colmado.
Arrancó Tabarovksy, y aunque tres de los cuatro invitados traían su ponencia escrita de antemano, le imprimió a la charla una dirección concreta: "Una de las cosas que más me interesa es rediscutir el concepto de lo nuevo, que hoy figura como estrategia en cualquier etiqueta de supermercado". Luego leyó Link un texto titulado "Nueva refutación de lo nuevo", en el que se refirió a Osvaldo Lamborghini, Rodolfo Walsh y Manuel Puig como "estrategas de lo nuevo" del canon literario de la democracia. Después dijo que consideraba "ilusoria" la pretensión de decidir dónde se localiza "lo nuevo" en el contexto de la literatura actual, aunque agregó que de los jóvenes espera "sencillamente todo, incluso la revolución, o cierta revolución".
Kohan avanzó unos casilleros en la línea temporal. Pero sólo un poco: señaló a Héctor Libertella y a Ricardo Piglia como nombres que volvieron a la idea de vanguardia "con reformulaciones propias e ineludibles". Fogwill dijo después que lo aburría la mitología de la novedad (agregó que la verdadera novedad que advierte es que en el mercado de libros "los delincuentes están sentados en las mesas de las editoriales, y sus nombres figuran en el copyright de los libros reemplazando los de los autores") y citó, sí, dos nombres: el de Nicolás Peyceré y, bastante más acá, el de Rafael Pinedo y su novela Plop.
Tal vez las palabras más ajustadas al marco de la convocatoria hayan sido las de Hernaiz, que –aunque a través de un enfoque esbozado desde las trincheras de la historia política reciente– situó la producción de la literatura de hoy bajo la sombra proyectada por los sucesos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Fue, por decirlo así, el que más líneas y nombres suministró (Mairal, Terranova, Abbate, Incardona, Krimer y también Pinedo), quizá por formar parte de la misma generación –o por ser el que mejor parecía conocer los nombres que conforman el mapa de la nueva narrativa local.
Contra lo que muchos esperaban, entonces, el miércoles hubo más tormenta afuera del museo que adentro. Tal vez una experiencia para repetir, a pesar de que la sensación final haya sido algo ambigua. Como si hubiera estado todo dado para asistir a una final de campeonato –un dream team, un estadio cómodo y seguro, un público expectante, un árbitro imparcial– para descubrir, a último momento, que nadie se había ocupado de procurar el elemento más necesario de la noche: la pelota.

(Publicado el 19 de noviembre de 2006 en el suplemento de Cultura de Perfil).

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